26.7.06

Recuérdame

De vez en cuando algún eco te traerá a mí. Recordarás momentos vividos, felicidades. Y regresarás a tu rutina como vuelve el agua a su curso. Con tus hombres, tus ocios y tormentos, dejarás a un lado mi nombre y tu pasado. Y mientras yo, doliéndome de cómo te llevaste la ilusión, quizá soñando, besando, aburrida, perpleja, imaginando. Recuérdame, como se recuerda que se está vivo. Como se recuerda que hay que seguir adelante, a pesar de todo. Recuérdame como una estrella fugaz siquiera, sin verla, deslumbrante. Pero recuérdame. No quiero darme cuenta de que no vivo en ti ni una mísera parte de lo que yo te poseo. Recuérdame, a pesar de los males, de la inutilidad, de la pérdida de tiempo. Recuérdame en tu cama, en tus labios, sólo un instante. Y habrá merecido todo la pena. Recuérdame y me regalarás el mundo en un sueño. Recuerda que el hueco es el mismo, que la soledad es por igual compartida, que tu reloj son los segundos que vivimos. Que estás ahora compartiendo e imaginando estas palabras, toda tuyas, como condenados están mis pensamientos a morir en tu destino de hada imaginada y negada. Sal de tu estúpida rutina, escapa de las hipocresías cotidianas, de fingir que existes, y vuelve a donde eres, a mi recuerdo.

F. H.

18.7.06

Lletraferit

La prueba de que soy una "lletraferit" (herida por la palabra) es lo de Toribio.

Mi pueblo está lleno de una frase en rojo, negro y blanco, según el sitio, escrita en forma de graffiti. En algunas paredes puedes encontrártela hasta unas diez veces, sobre todo por el centro y determinado barrio relacionado con la historia. Esa frase, cuando llegué nueva la repetía y repetía mentalmente e incluso, a veces, en voz alta, "Toribio maricón, Toribio maricón". Me sonaba bien. Para mi, este pueblo era eso, "Toribio maricón". Y cuando daba una vuelta a una calle, o entraba en una que todavía no había visto imaginaba el "Toribio maricón" de rigor, y me preguntaba si en esa calle habría más, eso significaría que cerca se cocía algo de la historia o si, por el contrario, sería de las pocas calles en las que tendría que buscar, no sin ansia, hasta encontrarlo.
Llegué a hablar con una amiga de la frase, qué significaría, a quién le habría dado por escribirla por todas partes y, sobre todo, cuál era la causa. Pero no llegaba a ninguna conclusión. Hasta que hablé con un amigo cuya familia es de aquí desde hace generaciones, y me comentó que Toribio era un homosexual en los años setenta que no reconocía su condición. Se enamoró perdidamente de un hombre que le correspondía, estuvieron juntos cinco años, siempre ocultos y de manera clandestina, paseándose por los pueblos de al lado para que no los conocieran. Hasta que un mal día, Toribio encontró a la mujer de sus sueños (en este caso es para los padres) para casarse y, ni corto ni perezoso, meses después se casó con ella, y empezó a llevar una vida de lo más políticamente correcta, con su trabajo, su coche, su móvil (bueno, móvil no, todavía no existían), su mujercita... Y dejando a su antiguo amor, y eterno, en el camino. Cuando éste se enteró de que la cosa iba en serio, de que Toribio nunca iba a reconocer su condición sexual y de que le iba a abandonar, cogió un spray fosforescente, bueno, varios, y de varios colores, y anduvo meses y meses escribiendo por todas las paredes del pueblo "Toribio maricón". Claro está, todos se enteraron, por fin, y Toribio se fue. Lo que nadie sabe es si se fue con su mujer, su amado, solo o a qué.
Duró décadas el recordatorio de nuestro Toribio, hasta que, un día y un alcalde nuevo, mandaron borrar cualquier vestigio de la frase. Me levanté y me dí cuenta de que ya no había ningún "Toribio maricón" en las paredes. Todo estaba más limpio, más moderno. Pero a mi me entristeció que Toribio, por fin, pudiera hacer lo que quisiera de su condición sexual y que, al fin y al cabo, el tiempo acaba borrando todo, amores, historias, nombres, condiciones y palabras.

10.7.06

Un camino en el mundo

Y año tras año se desvanece nuestra memoria alejándose del círculo de las colinas.

Hasta que del jardín y la espesura
surge fresco el recuerdo:
y año tras año crecen los paisajes
familiares para el niño ajeno.


(V.S. Naipaul)

Donde quiera que estés

Donde quiera que estés, te gustará saber que por flaca que fuese la vereda no malvendí tu pañuelo de seda por un trozo de pan y que jamás, por más cansado que estuviese, abandoné tu recuerdo a la orilla del camino y por fría que fuera mi noche triste, no eché al fuego ni uno solo de los besos que me diste. Por ti brilló mi sol un día y cuando pienso en ti brilla de nuevo sin que lo empañe la melancolía de los fugaces amores eternos. Donde quiera que estés, te gustará saber que te pude olvidar y no he querido, y por fría que sea mi noche triste no echo al fuego ni uno solo de los besos que me diste.