Él, cuando da vueltas, disimulando, sin hacer nada, para escuchar lo que ella dice. Sabe que le ve, que está pendiente de sus pasos, de sus bromas. Por eso acaba viniendo y la sonríe, con su risa de pícaro tímido, de niño hombre.
Él, cuando se pega por detrás a otra persona mientras ella está hablando. Y roza con los labios su pelo. Con un brazo le coje la cintura y con el otro se sujeta a la puerta. Sin mirarla. Mientras su cuerpo se mueve, oculto, regularmente.
Él, cuando la saluda, sin atreverse a mirarla, con la risa contenida de la felicidad, coge libros, ordena cuadernos, con una velocidad nerviosa y con el ritmo de los golpes.
Estudia y su cara es azul, brillante, concentrada. El pelo enmarañado, abundante, bajo la luz del flexo, descansa.
Venas tan grandes como brazos, manos largas y correosas, como todo su cuerpo. Cara ancha, varonil. Ya no es un chico, se afeita. Pero piel sedosa, todo está pulido, sin desgaste, todavía es un niño.
Y habla de las niñas como de los tótem indígenas, hay que adorarlos, pero están lejos, no hay que tocarlos, y sobre todo, no antes de saber unos secretos que todavía no tiene.
La descoloca cuando, en medio de una conversación salta con una reflexión propia de diez años por encima de su edad. Cuando habla grave, sereno, pausado, y mira de lado, controlando, observando, pudiendo. Y él se descoloca cuando ella, más experta, le toca en un alarde de cariño, o de espontaneidad, siempre inocente. O cuando le pregunta cosas que no se espera. Todo lo responde, se tienen confianza, son cómplices de algo que no conocen.
Todo su cuerpo habla de cosas que él no sabe, ni se imagina que ya es un hombre, confunde fotos de hace unos años con las de ahora, cuando ya no es el mismo. Y se extraña si ella le dice que ha cambiado mucho.
Le habla de sus motos, sus niñas, sus amigos, sus rebeldías, y ella se hace la ilusión de que quiere hacerla partícipe. Él comenta que está harto de las niñas, que las de su edad no valen la pena, y ella se muere de la esperanza de que sólo una más mayor lo valga.
"Mi niño. Amaría besarte como una madre, en esos labios respondones que tienes. Amo la luz de tus ojos tan esquiva, tu piel impoluta, tu cuerpo ignoto. Te daría lo que me pidieras, por perversión o por amor, da igual. Te traería la luna a tus pies para que supieras de una vez lo que es la vida, y el sol para que calentase tus miembros vírgenes y tus ansias febriles de madurez. Salta el muro invisible que nos queda por derribar y sortearé problemas y disgustos para darte en un beso el amor que nadie te brindará. Aproxímate a mi mundo desgastado, de ojeras y anticipos de muerte, conviértelo de nuevo en esperanza adolescente, en requiebros veraniegos y todo por ver. Te llevaré de la mano a conocer lo que quieras, te enseñaré lo que estoy cansada de mostrar para que, desde tus ojos nuevos, sea la primera vez que lo hago. Abrázame en tu pecho rígido y tierno, déjame cogerte a mechones, uno por uno, todo tu pelo y oler tu aroma fresco de travesura, acariciar tu piel infinita y transparente, despertarla por fin del sueño de la infancia, despertándose para mi, sólo para mi y, agradecida, recorreré cada escalofrío que te provoque con mis labios en toda tu extensión de ave primeriza que aprende a volar. Volarás, volarás lejos de mi, seré sólo un recuerdo, quizá un error, pero te queda todo por ver, te abro las puertas a algo que creerás magnífico y que, quizá, ojalá, sólo lo fue una vez. Y cuando te des cuenta me buscarás a través de años y distancias, y ya no podrás encontrarme, no debes, pero desde tu cama de adulto, con los mismos años que yo tengo ahora, me recordarás y te darás cuenta de que me amaste cuando, aún, no sabías qué era eso."
Robert James Waller
3 comentarios:
Soy un seguidor de este gran autor.Espero que sigan apareciendo cosas suyas en este blog. Merece la pena que se conozca su obra. Gracias.
Me agrada tu espacio. Te agregaré a mi lista de enlaces.
http://www.letrasescondidas.net/
Me gustó.Un texto tierno de un tema bastante transitado, no?
Cariños
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