27.8.07

El príncipe (Cuento infantil para mi sobrino)

Érase una vez un niño con los ojos más negros y más grandes que una noche sin luna. Se llamaba Gustavo y cuando sonreía toda la cara le cambiaba, se le achinaban los ojos y se convertía en un duendecillo travieso. El día que nació, su abuelita Lili le regaló una caja cuadrada, con brillo y sin color, y le dijo a su mamá, "este niño es un príncipe, cuando abra esta caja sabrá porqué. No puede abrirla antes de los dieciocho, sino dejará de serlo". Gustavo fue creciendo y su papá le decía todos los días que la vida le daría algo bueno, lo mejor, y que cuando fuese mayor vería porqué. Guardaron la caja como el mayor tesoro, envuelta en oro y perfumes. Y mientras, el niño se fue haciendo mayor. Cuando tenía 13 años, no sabía muy bien si era grande o pequeño. Quiso abrir la caja para que le ayudase a saber, quién era él, porqué estaba aquí, qué iba a ser de él. Pero su papá le dijo, paciencia, hijo, todo se responde en la vida con el tiempo, pero hay que saber esperar. Y esperó, y esperó. Pero según fue creciendo se iba dando cuenta de que la vida no era lo que esperaba. Que había decepciones, que había dolor, pena, y que él, el príncipe, no iba a reinar en nada. Un día, cansado de esperar, robó la caja. Abrió el envoltorio de oro, desató los lazos de luz y, a punto de ver lo que había dentro, recordó a su abuelito Rafael, un día de lluvia cuando él tenía 3 años, y una tormenta le asustó. Se abrazó al abuelo y se puso a llorar. Entonces su abuelo le dijo, Gustavo, recuerda, esa caja te espera. Pase lo que pase hay algo ahí que te protege, que te hace invulnerable. No tengas miedo, y piensa en la caja. Pensó, y decidió hacerlo bien, no la abriría antes de los dieciocho, no defraudaría a sus abuelitos. Se alegró de tener algo, se animó y dejó para más tarde desvelar el misterio...
El día que cumplió 18 años era un día frío y con viento. Pero él sólo pensaba en la caja. Hoy, por fin, sabría porqué es un príncipe, qué le protegía, y qué significaba la vida. Nervioso y esperanzado empezó a desatar los lazos de luz. Levantó la tapa y se asomó a la ranurita que dejó abierta. Pero todavía no se veía nada, sólo unos colores sin nombre. Y acelerado como estaba no esperó más y, de un golpe, quitó la tapa. Y ahí estaban. Distintas imágenes que se escaparon y volaron alrededor de él. Esas imágenes no las conocía. Pero eran momentos de su vida y caras familiares. Su mamá cuando lo vio la primera vez, nada más nacer, y emocionada le dió el abrazo más grande de todos los mundos posibles. Su papá llorando de alegría delante de un bebé que abría los brazos en gesto de enfado mientras berreaba. La casa de sus abuelitos llena de fotos del rey de la casa. Su tita Lilí bailando y haciendo muecas para él, el abuelito Rafael abrazándole como si le fuese la vida en ello. La abuelita Lili repitiendo gestos y palabras suyas, haciendo de él su tema de conversación principal, y con la alegría más grande y más orgullosa del universo. Las sonrisas y besos de su abuela Lucrecia, su abuelo Ángel... Y entonces se dio cuenta de todo. Cerró la caja, sonriendo y llorando de felicidad, se asomó a la ventana y gritó a los cuatro vientos: "Soy un príncipe, todas estas personas me quieren, y ellos son reyes. Siempre me querrán, siempre estarán ahí, y cuando me caiga me cogerán, y cuando tropiece me ayudarán a levantarme. ¡¡¡Soy el mayor príncipe del mundo!!!"

2 comentarios:

Rodolfo N dijo...

Somos soberanos de tantos territorios...
Somos dueños de tanta felicidad y sueños por cumplirse...
Es cierto que también somos dueños de muchas tristezas, pero que bello cuento...cuanta esperanza!
Que bien me vino leerlo, no sabés cuanto...
Besos, amiga

Bato dijo...

Ah, que bonito. Me recordó el día que nació mi hija, cuando de repente, comenzé a ver el mundo como transparente, cuando nació en mi la emoción más fuerte que he sentido en la vida. Cuanta paciencia tuvieron que tener mis padres para que yo ne tirará por la borda la posibilidad de sentir dicha emoción....

bss