8.1.08
Caminando hacia el trabajo me fijé en que en el suelo había unas manchas, como gotas grandes de algo, que seguían un reguerito. Se iban haciendo mayores y más claras, hasta que me di cuenta de que eran de sangre en la huella de un perro. Según iba andando venían conmigo. Torcí a la derecha y ellas también. De vez en cuando yo iba por la acera y ellas se aventuraban por el centro de la carretera. Pero siempre volvían a mi mismo camino durante la gran parte de mi recorrido. Hasta que llegué a un cubo de basura, donde las huellas se hacían más rojas, casi negras, y más grandes, casi del tamaño y la forma de un balón de fútbol. Creí que se acabarían ahí, pero no, continuaban. Dejé de verlas cuando tuve que encaminarme hacia una calle que se desviaba de la historia oculta y, sospecho, de su origen o final. En un primer momento me fastidió no saber qué pasó. Más tarde, sin embargo, me inundó una sensación de sorpresa y alegría de pensar que yo no estaba ahí cuando todo eso pasó.
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4 comentarios:
Felicidades, Sim, muy certero.
Pues que ojos que no ven, corazón que no siente
A veces es una suerte ignorar la realidad...
la sangre del perro, el hambre de los niños, la violencia del esposo o de la esposa, el abuso del pequeño. Todos están a la vista, con tan solo observar un poco, y poco podemos hacer, sino cuidar a los nuestros.
He estado ausente chica (ahora tengo una segunda hijita), pero no muy lejos. saludos.
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