3.3.09

Encantador de plazas

Me perseguía Medusa. Bailaban en el aire las serpientes de su pelo, volaba a doble zancada y yo corría todo lo que mis pies me dejaban pero ahí estaba su aliento siempre, a un milímetro de mis tacones. Logré adentrarme en una plaza grande llena de gente. Se veían plumas, hombres de pelo largo y chistera, mujeres haciendo sonar trompetillas, conos de papel en las cabezas, tambores, una niña metida en una bola de cristal, gritos... "Mi tragedia es que soy guapa, la gente no sabe qué es eso, siempre me quieren meter mano y es un horror", "pues ponte gafas culo botella y aparato, ya verás cómo se te quitan tus problemas". La mayoría se apartaban asustados y otros tantos enfadados. Hasta que dí con una sonrisa y una perilla rojiza . Tan poco me lo esperaba que, por una décima de segundo, me dejó parada. Pero ahí estaban de nuevo los silbidos de las cien serpientes en mi nuca y de nuevo eché a correr. Al rato me percaté que algo había detenido a la Medusa. No sentía su aliento pestilente ni el crujido de las escamas cerca. Aproveché para tomar aire e intentar ocultarme en uno de los grupos. Una mujer de unos 50 años vestida de zíngara tocaba la pandereta en el centro y un hombre de su edad, con evidente peluquín, alargaba una boina a los asistentes para que le echaran dinero. Su cara me sonaba pero no me dí cuenta hasta que se acercó. Era Alberto. Vino a España porque en su país no se hacía gratis la operación de corazón que necesitaba para vivir. Me acompañó en el hospital, me alegró los días, con su ternura, una dulzura increíble, no sólo por el acento, su bondad y resignación frente a todo lo que le pasaba. En su país era de una de las familias más acomodadas, pero perdió todo en un negocio y cuando llegó aquí ya no podía volver a su tierra. Trabajó en lo que pudo, conductor de autobús, kiosquero... Y ahora pidiendo... Cuando lo tuve cerca no supe qué decirle, tal era mi congoja de verle así (siempre es triste la verdad, precisamente porque no tiene remedio...). Fue él quien me abrazó sonriendo y me dijo que se alegraba mucho de verme. Por un breve momento me miró fijamente, como el pintor cuando observa el progreso de su cuadro, y me volvió a abrazar. Todavía me está abrazando.

5 comentarios:

Joselu dijo...

En el fondo no sabemos nunca quien nos abrazará y nos consolará, ni quién nos tenderá una mano cuando estemos hundiéndonos. En este caso ha sido Alberto quien ha dado calor a la protagonista, él que tanto necesita. ¿Quién es el pobre?

Rodolfo N dijo...

Precioso relato, tal como acostumbras. Lleno de misterio y ternura y con ese abrazo inmenso que trasciende las historias y los tiempos.
Un cariño ,y disculpa las ausencias felizmente por vacaciones.

Diego dijo...

Lo onírico acompaña de principio a fin. Un abrazo.

Anónimo dijo...

Un buen abrazo, maravilloso regalo

Fernando García-Lima dijo...

Estoy con Diego: la ensoñación se combina con la realidad desde el inicio. ¿Carnaval, quizás?

Siempre me dio un miedo Medusa que no veas...

Besos