Nació sin sentir, no dió tiempo ni de venir al médico, del hambre que tenía. No le bastó con el pecho, tomaba también biberón. Se reía por nada, vestido con su albornoz y los puños apretados, como un boxeador precoz. Soy el dragón de la dronguinela, que cojo tu colita y te la como entera. Y, y, y, como me pongaz otto cedo llamo a mi papá, y viene, y te pega do ho-tia. En esos veranos todas las ventanas se dejaban abiertas y sólo se escuchaba la sintonía del "un, dos, tres". Toda la familia embobados e iluminados al compás del programa. Su grupo de amigos y él se agachaban, sin hacer ruido, ssshhhhh, lanzaban un petardo y salían corriendo a esconderse. ¡Quién ha sido, me cago en los niños, como os coja!. Recogía gorriones caídos del nido y los criaba. La mayoría se le morían. Lloraba, rabiaba, pero en seguida salía a buscar más desamparados. Tuvo tres, dos machos y una hembra especiales. La hermana que hacía de madre y cantaba como un ruiseñor, Gabi se escapó y Peque, por fin, murió de viejo. Se le subía a la cabeza, se escondía en el bolsillo de la camisa, recorría los altos de los armarios y hacía su trinchera encima de los libros. Se parapetaba hasta que aparecía un dedo y saltaba encolerizado croando, más que piando, e hinchándose. Hecho todo un globo de plumas y malos modos le endurecía el dedo de tanto picotazo.
Y un día decidió ir a la playa, aparentemente relajado, para disfrutar lo que le quedaba. Respiraba hondo mirando hacia las olas y a las gaviotas que cruzaban el cielo. Ese día había más gaviotas que nunca, parecían bañistas domingueras en el suelo, pero en el cielo, como el albatros, eran extrañas, se acercaban demasiado, se notaba hasta el aire que movían en sus aleteos, intentando no pensar que podía ser una premonición, negativa, una despedida. Del que amó tanto a los pájaros.
Temblaba con su pijama azul de hospital, pero dibujaba una media sonrisa como podía. No os preocupéis, no es nada.
Vino un celador, cogió su cama, con ruedas, y se lo llevó. Lo seguimos, con el corazón en un puño. Él hablaba y hablaba. No os preocupéis, no pasa nada. Hasta que llegamos a un pasillo. Despídete. Ahora mismo os veo. Si, sí, no es nada. Los músculos de la cara dejaron de responderle, se le cayó el gesto al suelo y empezó a llamarnos. Sólo decía nuestro nombre. Y agarraba la mano de ella, desesperado, con los nudillos blancos de la presión. La camilla tamborileaba, su gargantaba se cerró, no pudo soltar una palabra más y, en cuanto salió la primera lágrima, soltó la mano, volvió la cabeza y se lo llevaron. Cada uno de nosotros nos dispersamos, escuché gritos, no sé qué decian, jadeos, lloros, y alguien sentado hierático, congelado, mirando una pared.
Tenía la piel morena, suave y brillante como cuando vestía el albornoz de boxeador. Qué bonito estaba, era algo hermoso. Siempre se duchaba dos veces al día y olía como los ángeles. Don Limpio le llamaba. Ahora tenía el pecho abierto, con un esparadrapo del cuello al ombligo. Todo el torso lo tenía manchurreteado todavía de sangre. Las manos heladas y vibrando al ritmo de una respiración artificial que salía de un acordeón de viento, rodeado de tubos y cables que acababan en él. Daba igual. No daba miedo, no era parte de un aparato. Estaba bellísimo. Aunque sus costillas estaban separadas, aunque su espalda era el doble de ancha, inflamada, dilatada. Aunque su boca se prolongaba en un plástico gris.
Me dijo que tenía miedo, sólo a mi. Sólo conmigo se desató, roto, desesperanzado. No se lo digas a nadie más. Puede pasar cualquier cosa. No pienses en eso, no es así, ya verás. Ojalá. Mirando hacia abajo, caído bajo un peso enorme, indefenso, vulnerable vulnerado. Me cogió la mano, para despedirme. No quería centrarme en esa mano. Tengo que animarle. Yo, caída bajo un peso enorme, no pasa nada, tranquilo, ya verás, creéme. Y me llevé su gesto, sus lágrimas que secaba ya para la próxima visita. Tan blanco, tan brillante y hermoso como un ángel.
3.12.05
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5 comentarios:
Un espléndido retrato de Gustavo. Sucesión de fragmentos que lo revelan, hasta esa situación terrible en el hospital, en que, no obstante, era hermoso. Y el miedo, ¡qué profundamente humano es el miedo! Me alegro de volver a leer tus relatos fruto de la observación y de la sensibilidad.
Realmente , coincido, que sensibilidad, y que profundo llegas.Un saludo
Simalne, quería despedirme de ti. He decidido suprimir mi blog. No valía gran cosa. El tuyo es hermoso. Recibe un abrazo. Ha sido muy interesante este intercambio de sensibilidades durante el último mes. Hasta siempre.
Qué lástima, no me digas eso. Tienes que pasarte por aqui. Era muy bueno tu blog, no sé porqué crees eso...Te esperaremos y te echaremos de menos. Ya lo hago...Un abrazo, y ojalá no sea hasta siempre.
hola pitifu, es para mi gran orgullo y me llena de sentimientos leer una y otra vez este relato tan sensible y precioso. no tengo el gran don de expresarme como mi hermana escribiendo, quiza soy mas de hablar y decir cosas que a veces parecen cursilerias, pero jodia, hay que ver como nos parecemos en muchas cosas. no dejes de escribir, que lo haces muy bonito y sobretodo con mucho sentimiento.
como tu sabes yo no soy mucho de leer, pero te aseguro que lo q tu escribes me llena de satisfaccion notar en tus frases tanto sentimiento. un beso y un gran abrazo sivi.
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