Tuve la seguridad de que iba a hacerlo desde el principio, a costa de lo que fuese, no podía seguir así. Me fui a su ciudad, lo busqué por trabajos y casas. Con el poco dinero que me llevé dormía en hotelitos de mala muerte, con agujeros en las sábanas y comía bocadillos. Me costó encontrarlo, pero un buen día, siguiendo el rastro del empleo anterior, lo ví. Los pies un poco para adentro, la sonrisa exagerada e imprevisible, todo igual. Excepto la expresión, mucho más desesperanzada, como ausente. Cogió el coche y, por ese día, lo perdí. Durante un año espié su rutina, sus hábitos, y ya sé dónde suele ir. Cuando se enfada con su mujercita va solo a salas de conciertos y bares a ver qué señorita solitaria cae en sus redes. Casi siempre cae alguna. Se las lleva a su pisito de soltero y lo abandonan al amanecer, lo justo para que le dé tiempo de llegar a su casa sin sospechas no más fundadas que de costumbre.
Me quedé sin dinero, así que me planteé ir a casa, pero me es imposible. Debo estar aqui. Así que empecé a alargar la mano y esperar a que me la llenasen, los desconocidos, de monedas. Pero no daba para casi nada. Dormía en los parques, portales. Les decía que se me habían quedado las llaves en el piso y normalmente me dejaban. Mientras le esperaba, dibujé lo que diferenciaba un día del anterior. Sólo eso. Sin repetir nunca lo que ya había dibujado. Y llegó un momento en el que ya no pude pintar nada. Es hora de hacer algo.
El portero de su oficina ya me conocía y no sabía qué hacer conmigo. Una chica joven que pinta todos los días delante del edificio gris y que se va cuando ya todos se han ido. Una mañana se me acercó, intrigado, y me preguntó que qué hacía allí todas las mañanas. Le conté todo, incluido desde que nací, y esa noche dormí en sábanas limpias, colchón mullido y con el estómago lleno. Me volvió a ver, pero se hizo el desentendido. Ya estuvo solucionado el problema portero. Aunque le cogí cierto cariño, fue el único al que hablé en más de un año, y estaba tan limpia su cama.
Había que hacer algo, pregunté si sobraban trabajos, de lo que fuese. No sobraban, claro. Pero no paré hasta que pude hablar con el director. Un viejo verde y gordo que sólo tenía ojos para el roto de mi pantalón a la altura del muslo. Mejor, más fácil. Me dijo que seguro que habría solución para una chica tan guapa como yo. Y la hubo. Me dió el trabajo. Después de arcadas, pesadillas y repugnancia durante tres noches. Carnes temblonas al ritmo de mi angustia. Tres noches. Pero logré el empleo en su misma oficina. No podía verme. Ahora tenía que ingeniármelas para que no me conociese. Esperaré a tener dinero y me teñiré el pelo, por ejemplo, no puede saber que estoy aqui.
13.12.05
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7 comentarios:
¿Que qué pienso? Que me gustaría saber como continúa esta historia. Da la impresión de que puede tener continuación. ¡Qué alegría volver a leerte! Bien por estar aquí.
Cuanta gente va a identificarse en el relato.Dale un final felíz, es fin de año.Saludos
Espero que no muchos se identifiquen, por su bien. Continuará. No sé si feliz o no. Lo intentaré. Un abrazo a los dos. Muy contenta de veros por aqui.
De acuerdo con la continuidad...si por favor.
Quiero saber más!
Intrigada
Besos
muy bueno , saludos desde no se donde :(
Iralow, Martika, Marfade, gracias. Me hace mucha ilusión. Gracias. Continuaré, aunque sea por vosotros. Y por Joselu y Rodolfo. Un abrazo a todos
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