19.8.09

La habitación del hijo

Lo conoce mejor que a ella misma. O creía conocerlo, porque el joven silencioso y reservado que ahora vive en la casa le parece, en ocasiones, un extraño. El niño dejó de serlo hace tiempo. A veces, cuando está fuera, la madre se queda un rato en su habitación, callada, mirando los objetos, los libros –ella compró los primeros y los puso allí, soñando con el lector que alguna vez sería–, las fotos de amigos, de chicas. Las medallas que ganó en el colegio, tenaz, esforzado. Valiente como ella procuró enseñarle a ser. Con el ejemplo del padre: un buen hombre que nunca dice tres frases seguidas, pero que jamás faltó a su deber, ni hizo nada que no fuera honrado. Que educó al hijo con más ejemplos que palabras. Inmóvil en la habitación, aspira su olor. Desde hace mucho es seco, masculino. Distinto del que tanto añora: aroma de cuerpecito menudo en pijama, olorcillo a carne tibia, casi a fiebre. A bebé y niño pequeño, que con el tiempo se desvanece y no regresa nunca. El crío que aparecía en la cama a medianoche con las mejillas húmedas, después de una pesadilla, para refugiarse a su lado, entre las sábanas. Quizá algún día recupere ese olor con un nieto, o una nieta. Con otro cuerpecito al que estrechar entre los brazos. Ojalá no esté demasiado mayor para entonces, piensa. Que aún tenga fuerza y salud para ocuparse de él, o de ella. Para disfrutarlos. Libros. Hay muchos en la habitación, y jalonan veinticinco años de una vida. Infantiles, aventuras, viajes, textos escolares, materias universitarias, novela, ensayo, arte, historia. Desde niño, leyéndole cuentos e historietas, orientándolo con cautela, ella fue transmitiéndole el amor por la palabra escrita. La puerta maravillosa a mundos y vidas que acaban por multiplicar la propia: aspiraciones, sueños, anhelos cuajados en largas horas de lectura y templados en la imaginación. La intensidad de una mirada joven que explora el mundo en el descubrimiento de sí misma. Estos libros llevaron al muchacho a reconocerse entre los demás, a moverse con seguridad por el territorio exterior, a descubrir y planear un futuro. A estudiar una carrera bella y poco práctica, relacionada con la lengua, el pasado, el arte y la historia. A licenciarse en sueños maravillosos. En cultura y memoria. Ahora ella, inquieta, se pregunta si hizo bien. Si la lucidez que estos libros dieron a su hijo no sirve más bien para atormentarlo. Lo sospecha al verlo salir de casa para entrevistas de trabajo de las que siempre vuelve hosco, derrotado. Cuando lo ve teclear en el ordenador buscando un resquicio imposible por donde introducirse y empezar una vida propia: la que soñó. Cuando lo ve callado, ausente, abrumado por el rechazo, la impotencia, la falta de esperanza que pronto sustituye, en su generación, a las ilusiones iniciales. Recuerda a los amigos que empezaron juntos la carrera animándose entre sí, dispuestos a comerse el mundo, a vivir lo que libros y juventud anunciaban gozosos. Cómo fueron desertando uno tras otro, desmotivados, hartos de profesores incompetentes o egoístas, de un sistema académico absurdo, injusto, estancado en sí mismo. De una universidad ajena a la realidad práctica, convertida en taifas de vanidades, incompetencia y desvergüenza. Pese a todo, su hijo aguantó hasta el final. Fue de los pocos: acabó los estudios. Licenciado en tal o cual. Un título. Una expectativa fugaz. Luego vino el choque con la realidad. La ausencia absoluta de oportunidades. El peregrinaje agotador en busca de trabajo. Los cientos de currículum enviados, el esfuerzo continuo e inútil. Y al fin, la resignación inevitable. El silencio. Tantas horas, días, años, de esfuerzo sin sentido. La urgencia de aferrarse a cualquier cosa. Hace una semana, cuando llenaba el formulario para solicitar un trabajo de dependiente en una tienda de ropa de marca, el consejo desolador de un amigo: «No pongas que tienes título universitario. Nadie emplea a gente que pueda causarle problemas». Tocando los libros en sus estantes, la madre se pregunta si fue ella quien se equivocó. Si no tendría razón su marido al sostener que no está el mundo para chicos con sueños en la cabeza y libros bajo el brazo. Si al pretenderlo culto y lúcido no lo hizo diferente, vulnerable. Expuesto a la infelicidad, la barbarie, el frío intenso que hace afuera. Es entonces cuando, abriendo un libro al azar, encuentra unas líneas subrayadas –a lápiz y no con bolígrafo ni marcador, ella siempre insistió en eso desde que él era pequeño–: «En el mar puedes hacerlo todo bien, según las reglas, y aun así el mar te matará. Pero si eres buen marino, al menos sabrás dónde te encuentras en el momento de morir». Se queda un instante con el libro abierto, pensativa. Releyendo esas líneas. Después lo cierra despacio, devolviéndolo a su lugar. Y sonríe mientras lo hace. Una sonrisa pensativa. Dulce. Tal vez no se equivocó por completo, concluye. O no tanto como cree. Puede que él forjara sus propias armas para sobrevivir, después de todo. Quizá mereció la pena.
Arturo Pérez Reverte
(A mi padre)

18.8.09

1984

Era una de las noches más frías que se recordaban. Una furgoneta llena de muebles aguardaba abajo. Mis hermanos y yo nos montamos en el coche como pudimos, entre maletas y ropas. Pegado a mí estaba el canario en su jaula. Sentía a todo el mundo muy activo y yo, que había ayudado, estaba muy cansada. Me pasaban imágenes de esa tarde por la cabeza. Muchos trastos, movimientos, lágrimas. Ayudando a sacar un mueble encontré un bulto rosa. Era la bici de la Nancy que había pedido para reyes. Y el canario seguía piando en mi oreja. No paró ni cuando llegamos a casa de mis tíos. Ellos se ofrecieron a ayudarnos a trasladar los muebles en su furgoneta y vendrían con nosotros hasta “ese sitio nuevo”. Pero antes teníamos que comernos las uvas. Ellos reían, se tomaban a broma los petardos, los fuegos artificiales. Mi familia y yo, no. Sin dormir volvimos a montarnos en el coche, a las dos de la mañana. Al amanecer llegamos a un pueblo fantasma. Mi madre, acostumbrada a la ciudad, lloraba. Mi padre iba de un lado a otro, preocupado. Mis hermanos y yo mirábamos. Ni siquiera nos percatamos cuando se fueron mis tíos.

14.8.09

LOS BUDDENBROOK

El tifus cursa como sigue: entre sus lejanos sueños enfebrecidos, en medio de su delirio, la voz inconfundible y alentadora de la vida llama al enfermo. Dura y fría llegará la voz a su alma por el extraño camino ardiente que ha comenzado a recorrer y que desemboca en la sombra, en el frío, en la paz. El enfermo aguzará el oído un instante para escuchar esa llamada clara. alegre e incluso un tanto burlona, que le invita a regresar sobre sus pasos y le llega desde un lugar casi olvidado y que ya había dejado muy, muy atrás. Si algo despierta en su interior, una cierta sensación de estar rehuyendo cobardemente sus obligaciones, un cierto sentimiento de vergüenza, de energía renovada, de valor y de alegría, de amor y de pertenencia a ese mundo bullicioso, burlón y brutal que había dejado a sus espaldas, no importa cuánto haya avanzado ya por el sendero extraño y febril: dará media vuelta y vivirá. Sin embargo, si se estremece de temor y aversión al escuchar esa voz de la vida, si antes ese recuerdo, ese alegre sonido que intenta alentarle, niega con la cabeza, extiende la mano con gesto de rechazo y sigue avanzando por el camino de huida que se abre ante él..., entonces no; está claro: morirá.

Thomas Mann

4.8.09

Azul de mar

Han puesto un relato mio en el blog "Azul de mar". En él se pueden encontrar escritores anónimos, conocidos, poemas, relatos... Y llevan publicados dos libros en un proyecto la mar de interesante. Se crean poemas colectivos que empiezan con una estrofa, y el siguiente autor tiene que continuarlo. Este año han contando conmigo para el inicio del poema. Todo un honor y una alegría. Pasaros por el blog que merece la pena.

http://huelvasurlibre.blogspot.com/2009/08/silvia-maria-alvarez-merino.html

"Silvia Mª Álvarez es psicóloga de profesión y escritora de afición. Nació en Madrid y ha vivido por toda España, por lo que no ha dejado de sentirse una extranjera en todos lados. Nunca pensó en hacer algo con lo que escribía, así que tiene la habitación repleta de papeles viejos y recuerdos llenos de palabras. Un día, por probar algo nuevo, decidió mover esas letras y colaboró en revistas y proyectos literarios, como "Algarabía", "Escritores en red", "Proyecto Sherezade". Autopublicó un libro de relatos "Relatos para varias cosas" e incluyeron otro en "Atmósferas", una antología de cuentos para la Asociación Vicente Ferrer. Escribe y muestra sus fotografías en su blog "Una vida ajena", http://www.simalme.blogspot.com. Mientras tanto, le está costando una fatiga enorme preparar su próximo error"