30.1.13

Necesito poco y lo poco que necesito, lo necesito poco

> Será porque tres de mis más queridos amigos se han enfrentado
> inesperadamente estas Navidades a enfermedades gravísimas. O porque,
> por suerte para mí, mi compañero es un hombre que no posee nada
> material pero tiene el corazón y la cabeza más sanos que he conocido y
> cada día aprendo de él algo valioso. O tal vez porque, a estas alturas
> de mi existencia, he vivido ya las suficientes horas buenas y horas
> malas como para empezar a colocar las cosas en su sitio. Será, quizá,
> porque algún bendito ángel de la sabiduría ha pasado por aquí cerca y
> ha dejado llegar una bocanada de su aliento hasta mí. El caso es que
> tengo la sensación –al menos la sensación– de que empiezo a entender
> un poco de qué va esto llamado vida.
>
> Casi nada de lo que creemos que es importante me lo parece. Ni el
> éxito, ni el poder, ni el dinero, más allá de lo imprescindible para
> vivir con dignidad. Paso de las coronas de laureles y de los halagos
> sucios. Igual que paso del fango de la envidia, de la maledicencia y
> el juicio ajeno. Aparto a los quejumbrosos y malhumorados, a los
> egoístas y ambiciosos que aspiran a reposar en tumbas llenas de
> honores y cuentas bancarias, sobre las que nadie derramará una sola
> lágrima en la que quepa una partícula minúscula de pena verdadera.
> Detesto los coches de lujo que ensucian el mundo, los abrigos de
> pieles arrancadas de un cuerpo tibio y palpitante, las joyas
> fabricadas sobre las penalidades de hombres esclavos que padecen en
> las minas de esmeraldas y de oro a cambio de un pedazo de pan.
>
> Rechazo el cinismo de una sociedad que sólo piensa en su propio
> bienestar y se desentiende del malestar de los otros, a base del cual
> construye su derroche. Y a los malditos indiferentes que nunca se
> meten en líos. Señalo con el dedo a los hipócritas que depositan una
> moneda en las huchas de las misiones pero no comparten la mesa con un
> inmigrante. A los que te aplauden cuando eres reina y te abandonan
> cuando te salen pústulas. A los que creen que sólo es importante tener
> y exhibir en lugar de sentir, pensar y ser.

> Y ahora, ahora, en este momento de mi vida, no quiero casi nada. Tan
> sólo la ternura de mi amor y la gloriosa compañía de mis amigos. Unas
> cuantas carcajadas y unas palabras de cariño antes de irme a la cama.
> El recuerdo dulce de mis muertos. Un par de árboles al otro lado de
> los cristales y un pedazo de cielo al que se asomen la luz y la noche.
> El mejor verso del mundo y la más hermosa de las músicas. Por lo
> demás, podría comer patatas cocidas y dormir en el suelo mientras mi
> conciencia esté tranquila.
>
> También quiero, eso sí, mantener la libertad y el espíritu crítico por
> los que pago con gusto todo el precio que haya que pagar. Quiero toda
> la serenidad para sobrellevar el dolor y toda la alegría para
> disfrutar de lo bueno. Un instante de belleza a diario. Echar
> desesperadamente de menos a los que tengan que irse porque tuve la
> suerte de haberlos tenido a mi lado. No estar jamás de vuelta de nada.
> Seguir llorando cada vez que algo lo merezca, pero no quejarme de
> ninguna tontería. No convertirme nunca, nunca, en una mujer amargada,
> pase lo que pase. Y que el día en que me toque esfumarme, un puñadito
> de personas piensen que valió la pena que yo anduviera un rato por
> aquí. Sólo quiero eso. Casi nada o todo.


Ángeles Caso

Artículo publicado en La Vanguardia