25.11.10
24.11.10
Nunca fui la reina del vals
Hay días en los que me canso de intentar controlar todo, explicarme y pedir perdón. Hay días en los que sientes que, hasta un estornudo, significa demasiado.
Sólo sé que ahora, en mi silencio y sola, soy una buena persona: lo paso muy mal hiriendo. A veces mi boca estalla antes que yo, pero mi cabeza nunca me lo perdona.
Mi tarjeta de visita es la de una fracasada, que se presenta con una sonrisa, un "lo siento" y varios malos recuerdos.
Que todo afecte tanto no es más que mi debilidad destrozada (varias veces al día).
Soy Silvia: un ser mediocre, con vida y futuro mediocres. No me hieras, que me duele.
Esto no quiere decir que no me dé cuenta que, para muchos, estoy diciendo ni más ni menos que "patéame: me afecta, me duele y, por tanto, ayudaré a cumplir tu objetivo"
15.11.10
Ayudadme a reparar los golpes de la vida
Total, que en esa empresa trabajé presentando, en una especie de exposición, unos e-books de muestra. Tuve que buscar por internet las características de cada uno y cómo funcionaban porque, como habréis adivinado, el "tío" taimado este, no nos dijo absolutamente nada (seguro que él tampoco lo sabía, pero un jefe "progre" tiene que saberlo, así que, mejor, calladito).
De tanto averiguar y saber sobre e-books llegué a averiguar que el mejor (o de los mejores) era el "papyre". Y hace unos días me enteré de la existencia de un concurso literario en el que al ganador le regalan un e-book papyre. Lo sentí como una revancha o, mejor, una reparación. Como si, después de todo, trabajar en ese infierno de jefe taimado, inútil y enfermo, hubiera sido para algo: mi e-book.
A ver si es verdad, aunque creo que, como todo en la vida, los sueños están lejos de la realidad; el ganador hasta ahora del concurso, en cuanto baja puestos, no sé cómo hace, a los minutos todos los demás bajamos más que él y se vuelve a poner el primero (las notas más altas son 4 y 5). Hoy día ganan los concursos los que saben de informática, no de literatura.
En fín, que si hay alguien con corazón, que haya entendido mi rabia y quiera ayudarme, podéis votar en las direcciones de los relatos que adjunto abajo, que son los dos que he puesto a concurso. No sólo es por un e-book, es por reparar de alguna forma el golpe que me dio la vida. Aunque me equivoque, yo lo siento así. No sabéis cuánto.
Gracias por adelantado.
El jardín de senderos que convergen
Toco el espejo e imagino una línea invisible entre mis dedos y mis ojos. Pego la nariz. Respiro hondo. Y escribo algo que no sé en la humedad que he dibujado.
En unas letras desconocidas, entre niebla y humedad, se refleja mi mujer viniendo hacia mí. Está preocupada al verme tan quieto y pegado al espejo.
Dentro de los ojos de mi mujer hay manchas marrones y verdes, como de bosque; y en el centro un túnel brillante y negro como las esperanzas antes de la muerte.
Aparece mi rostro de bobo haciendo que escucho a mi mujer, preocupada por verme tan quieto y pegado al espejo. Mis ojos blancos, sin vida, sin túnel brillante y negro, no ven nada porque hace tiempo que mataron a los dioses. Ergo existo.
SI TE GUSTA, VÓTALO AQUÍ:
REFLEJOS
Los reflejos del agua, como un péndulo, oscilan en el Sena. Empieza a refrescar en este atardecer marrón y gris de Noviembre. Por un momento, siento que alguien me observa: es sólo un escalofrío.
Una niña con abrigo de invierno y gorro de lana intenta asomarse al río. Su madre, enfadada, le da un manotazo y se lo impide. Ella viene llorando a mi asiento de piedra y se sienta conmigo. Tiene la misma edad que ahora tendría Rocamadour. Me habla balbuceante, en un lenguaje que no entiendo, antes de que su madre la devuelva a su vida en común.
Todas las tardes es distinto este cielo desde mi banco del Pont Neuf. Ahora observo lo que antes me aburría observar: parejas cogidas de la mano; ancianos sonrientes; un hombre de mediana edad con barba y gabardina. Como la que tú llevabas. Fumando de la misma manera, con el cigarrillo ladeado. Le sigo por el mero hecho de invocar a los recuerdos: es divertido revivirte. Se adentra en una calle estrecha, de mala fama, y entra en un mísero motel. Antes de abrir la puerta se vuelve y me miras: sé que es hora de irme.