Toco el espejo e imagino una línea invisible entre mis dedos y mis ojos. Pego la nariz. Respiro hondo. Y escribo algo que no sé en la humedad que he dibujado.
En unas letras desconocidas, entre niebla y humedad, se refleja mi mujer viniendo hacia mí. Está preocupada al verme tan quieto y pegado al espejo.
Dentro de los ojos de mi mujer hay manchas marrones y verdes, como de bosque; y en el centro un túnel brillante y negro como las esperanzas antes de la muerte.
Aparece mi rostro de bobo haciendo que escucho a mi mujer, preocupada por verme tan quieto y pegado al espejo. Mis ojos blancos, sin vida, sin túnel brillante y negro, no ven nada porque hace tiempo que mataron a los dioses. Ergo existo.
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