25.9.05

Frío

Era de noche y todo estaba teñido de fulgores de ultratumba de luna llena. Él estaba enfrente de ella, etéreo y negro de nube. Ella dormía un sueño similar a lo que había. Las sábanas blancas formaban ríos de oscuridad inquieta e insomnio. Abrió los ojos y lo vió. Lejano a dos escasos metros, de contornos diluídos y un viento frío de escarcha. Se fue un día para estar más cerca de sí mismo y se perdió, la perdió, murió. Ella quedó paralítica de corazón para arriba, bajó la cabeza y en visión túnel siguió para siempre los raíles de la vía, sin mirar atrás. Hasta que le vió de nuevo. Orgulloso y ebrio de sí mismo, como siempre, pero intocable, helado y con algo íntimo roto. Se acercó lentamente, aviso de muerte, le cogió el pelo, se lo estiró, con la cabeza hacia atrás olió su aliento, de vida y sangre y la mordió. Sin chillidos y en movimientos reflejos la arrinconó en la pared, la sujetó las muñecas y se pegó a ella. Sentía su pecho en las costillas, la desvistió sin un gesto, sin un reproche. Su cuello seguía terso, la misma vena silbeante de siempre, el mismo olor suyo, propio, penetrante y como de alimento. Pero se encontró frente a frente con su mirada, atávica y de luto, culpabilizadora y culpable, de carne y tumba. Recordó que él solía ser orgulloso, recordó que tenía la obligación de demostrar que estaba ebrio de sí mismo y decidió que no debía estar ahí, volver al nicho, sin poder robarle parte de su vida, sin poder dejar su imagen en esa cama de nido gastado, con ella, sin poder evitar que su piel en descomposición tuviese su cara y su nombre para toda la eternidad.

1 comentario:

simalme dijo...

No lo soy, pero se agracede la intención. "He vanished"